Viviré,
aunque me lo pongas
tan difícil y me hieran
tus cartas mis adentros,
juro y te juro por momentos
que aunque me cueste,
seguiré sonriendo.
Una lágrima mía será lluvia
que recorra mi cara
paso a paso,
y si hay que beber
llenaría un vaso,
para apagar la sed
de mi amargura.
Pero tú no te reirás
de mi fracaso,
y aunque es muy lenta
muy lenta
mi carrera, te juro
que no llegaré primero,
pero sí dejo huella
en cada paso.

Recuerdo aquella casa,
recuerdo aquella mirada
que aún en el paso del tiempo
sigue grabada en el alma.
Recuerdo las callejuelas,
la puerta, la entrada,
los jardines con sus rosas,
aquella calle empedrada.
El muro que salté tanto,
sin miedo a que tropezara
y si alguna vez caí,
yo solo me levantaba.
Donde aprendí a ser niño,
en las calles que jugaba,
con barro, palos y piedras
o todo lo que encontraba.
Buscábamos lagartijas,
jugábamos a batallas,
hacíamos de sabandijas
y le echábamos agallas.
Aprendimos los valores
el respeto y la palabra,
respetábamos las flores,
escuchamos a quien habla.
Ahora nos queda la esencia
de una infancia disfrutada,
de un esfuerzo consentido,
de una huella en la pisada.

Andando por los caminos
voy dejando una estela,
para que el que viene detrás
se pare a jugar con ella.
Pasando por los caminos,
siempre dejo mi huella,
para que el que viene detrás
la vea y no se pierda.
En línea recta,
siempre en línea recta,
aunque tengas un tropiezo;
aunque subas una cuesta.
Y aunque se cansen tus pies:
nunca un «no» por respuesta.
Descansa y sigue caminando,
ya llegarás a la meta:
no importa si estás lejos,
no importa si estás cerca.